Me impresiona cómo en esto de hacer teatro nunca se acaban los nuevos términos, los nuevos aspectos que contemplar. Recuerdo que en un momento fue un hallazgo descubrir palabras como la "Urgencia", la "Vulnerabilidad" y la "Atención" y sentir cómo cada una de ellas tienen una resonancia en el cuerpo y por ende, en la acción. En este taller mi vocabulario con respecto a las posibilidades y los caminos del personaje se ha multiplicado y redimensionado. La Necesidad Insatisfecha, la Arrogancia, el Abismo, la Indignación, el Error trágico, el Prejuicio como puerta, el Riesgo, son conceptos que se mantienen en mi cabeza dando vueltas y a los que cada día le encuentro más sentido teórico y, por ende, un camino sinuoso y largo, pero tangible en lo práctico.
Con respecto a este último aspecto práctico, mi viaje en el taller ha sido revelador y transformador desde el lugar de lo personal. Descubrí mucho más de mí en cada una de las sesiones que del “Teatro” o del “personaje”, tomé una conciencia más clara del rol de mi individualidad y de mis prejuicios, de mis arrogancias, y de cómo soy yo lo que se vuelve acción a partir de mis concepciones que se exponen a través de la historia de un personaje. Esto, a pesar de haberlo reconocido antes desde otros lugares, en esta experiencia se redimensionó y siento que sufrí el proceso de COMPRENDER realmente.
En este sentido puedo decir que enfrentarme a un personaje ahora es saber, de entrada, que voy a hacerme un recorrido, un mapa de obstáculos, de resistencias, de prejuicios por romper, es decir, es saber de entrada que me voy a diseñar un mapa de dolores desde un lugar que únicamente yo podría diseñarme porque parte de lo que me afecta, de lo que no perdono, de lo que ha sido, en pocas palabras, vida y muerte en mí. Esto para mí ya es, aunque paradójico, mágico. Es como si fuera a la Gran Sabana: Me hago mi bolso de camping con cuerdas, mata mosquitos, un tupperware con sándwich de merienda, potes de agua, gorra, carpa para acampar…Me despido a mí misma en la puerta, con palmadita en la espalda y demás, como si fuera mi propia madre, y me voy sabiendo que nada de eso me salvará: El Salto Ángel estará ahí y no hay tupperware que prevenga ni evite el vértigo de esa caída. Saber conscientemente que voy a perder, me abruma, pero me arroja a la vez. Saber que mi profesión tiene que ver con diseñarme las mil posibilidades de caídas de las personas del mundo (incluyéndome) hechas personajes, las miles de posibilidades de renacer y morir, es saber que, como cada uno de ellos, he respondido al vértigo.